I can buy myself flores

Hace cosa de un año. Sí, para el 14 de febrero. Un tipo me regaló flores. Bueno, una planta con flores, para ser más exactas. No fuera a ser que las flores a secas se las tirase a la cabeza. Era la primera vez que alguien me regalaba flores. Que un hombre me regalaba flores, quiero decir. También te digo que duraron más bien poco. Al mes del evento, el susodicho desapareció sin dejar rastro. Y su planta/flor también. Pero esta última, en la basura.

La cosa es que, hasta ese momento (primero y último), nunca nadie me había regalado flores. Y no porque no haya habido candidatos. Que sí. Los ha habido. Tampoco demasiados. Pero haberlos, los ha habido. Hombres dispuestos a regalarme flores y, en algunos casos, hasta a bajarme la luna, si hacía falta. Sin embargo, nunca nadie se había atrevido a hacerlo. Y es que todos sabían perfectamente lo que opinaba al respecto. “No necesito que ningún hombre me regale flores”, he dicho hasta la saciedad a lo largo de los últimos veinte años. Y lo seguiré repitiendo las veces que haga falta.

Las mujeres no necesitamos hombres que nos regalen flores. Lo que necesitamos. Lo que queremos. Lo que deseamos. Lo que nos merecemos. Lo que anhelamos. Lo que exigimos. Es que los hombres nos valoren. Y nos respeten. Que nos amen. O no. Pero que, por lo menos, si ya no nos quieren… que nos lo digan. Con todas las palabras. Con todas las letras. Y con todo el tacto.

Lo que queremos las mujeres son hombres que nos cuiden. Y que se dejen cuidar, por supuesto. Que las ganas sean mutuas. Que el cuidado sea de ida y vuelta. Que la relación sea horizontal. Que nadie sea más que nadie. Ni uno necesite al otro más que el anterior. Equilibrio. Igualdad. Reciprocidad. Eso es lo que queremos las mujeres. No flores.

En realidad, es bien simple. Lo que queremos las mujeres es que los hombres nos traten bien. Con afecto y respeto. Como personas. No como vasijas. Ni como objetos sexuales. Y, por supuesto, tampoco como sirvientas. Que no somos floreros. Que exhibir. Ni agujeros. Que penetrar. Que somos seres humanos. Con nuestras cosas más bonitas. Y más feas. Pero personas, oiga.

Lo que queremos las mujeres son hombres comprometidos. Hombres que si deciden quedarse, se queden. Pero de verdad. No a medias. Ni a ratos. Y que si prefieren irse, que se vayan. Que no pasa nada. No es el fin del mundo. Pero que avisen. No que te tengas que enterar por FacebookInstagram o simplemente porque hace dos meses que no sabes nada de él. Y es que, como una buena amiga me dijo hace algunos meses. En lo peor de mi caída libre. “Nadie se muere de amor, Patt”. Y no, nadie se muere de amor. Igual te puedes morir de otras cosas. Como, por ejemplo, de no gestionar bien las emociones que despierta en ti una ruptura. Un abandono. Pero de amor per sé, no. Nadie se muere. Créeme. Te lo digo yo. Que sé de lo que hablo.

Las mujeres no necesitamos a un hombre que nos compre flores.
Necesitamos hombres que nos valoren.

Lo único que queremos las mujeres es que si los hombres quieren irse. De nuestro lado. Que se vayan. Pero que se vayan bien. No con engaños. Cuernos. Ni mentiras. Que es muy fácil, joder. Basta una conversación. En persona, a ser posible. Un abrazo. Una despedida. Una explicación. Un cierre. Algo. Algo que nos permita (a ambas partes) echar el cierre. Sellar la herida. Porque siempre hay una herida. Después de una relación, siempre queda algo. Un poso. Un rasguño. Una cicatriz. Algo. Por eso los cierres son tan importantes. Imprescindibles, me atrevería a decir. Porque si no acabas un capítulo, no puedes pasar al siguiente. No puedes continuar tu camino. Porque te quedas anclada. Embarrada. Hasta las rodillas. En lo que pudo ser. Y no fue.

Las mujeres no necesitamos hombres que nos regalen flores. Lo que necesitamos son hombres que no nos mientan. Que respeten los acuerdos. Sean los que sean. Que sean sinceros. Y que no nos cuenten cuentos. Que expresen lo que les pasa. Lo que quieren. De nosotras. Y de la relación. Que no digan digo donde dije diego. Ni nos den una de cal y otra de arena. Lo que queremos las mujeres son hombres que no nos confundan. Que no nos mareen. Que no nos coman la oreja. Que no alimenten la ilusión si no tienen intención de corresponder. Y, por supuesto, que no nos digan lo que queremos oír. Con el único objetivo de follar.

No, las mujeres no necesitamos hombres que nos compren flores. Lo que necesitamos son hombres que nos traten como personas. Las flores ya nos las compramos nosotras.